La Universal by Toti Marti­nez De Lezea

La Universal by Toti Marti­nez De Lezea

autor:Toti Marti­nez De Lezea
La lengua: es
Format: mobi
ISBN: 9788492695126
editor: Maeva
publicado: 2009-12-31T23:00:00+00:00


Capítulo 9

La semana transcurrió sin mayores novedades, cada cual ocupado en sus asuntos, y todos, en los de todos. La temperatura había descendido considerablemente, los vendedores ambulantes de castañas y churros hacían el agosto a finales de noviembre, las coladas se quedaban tiesas en los tendederos y los pucheros de los pobres se llenaban con bellotas, patatas y pan duro. En La Universal, sus moradores alargaban las veladas en torno a la chapa económica y corrían luego a meterse bajo las dos o tres mantas de sus camas, pues las habitaciones estaban frías y únicamente había un braserillo de carbón en la de doña Patrocinio, a fin de que sus clientes, y ella misma, no se trocaran en carámbanos mientras soñaban con el cálido futuro pronosticado por las cartas. La esperaban para cenar y, después, practicaban lo que iba a ser, según decía Ozaeta, la prueba de fuego de su capacidad melodramática, un ensayo para cuando les llegara la hora de actuar en público. Eulalia, su amiga, y Benigno consideraban que no era honesto engañar al prójimo, pero sus quejas eran rápidamente acalladas por el resto, aduciendo que se trataba de resolver un crimen y que, tal vez, la respuesta se hallara en aquellos documentos que la viuda deseaba con tanto afán. Podrían buscarlos ellos si conseguían sonsacarle de qué tipo de papeles se trataba. Además, añadía el casero, en todo caso se trataría de gastar una broma como mucho, y no hacían daño a nadie.

El jueves siguiente todo estaba dispuesto. Elvira Artigas apareció poco antes de las siete y no tuvo que esperar en el recibidor porque aquel día los clientes eran despedidos con la excusa de que Madame Natasha no se encontraba bien. La habitación había sido iluminada con velas, pero el resto del piso estaba a oscuras para crear un ambiente enigmático. Cuando Isabelilla la hizo entrar, la mujer encontró a la vidente y a otras cinco personas sentadas alrededor de una mesa redonda.

—Le presento a la señora Larina, una eminente médium rusa que está de visita en nuestro país —introdujo con mucha ceremonia doña Patrocinio a una exótica Casilda vestida con su túnica «a la morisca» y el turbante—. Ha aceptado presidir la sesión gracias a la intervención de una amistad común, cuyo nombre no puedo revelar por tratarse de una dama de la aristocracia. Baste con que usted sepa que sus servicios son a menudo requeridos en el palacio de los zares de Rusia.

Impresionada ante tales referencias, la viuda de Mendoza hizo una pequeña reverencia y saludó a Casilda, quien se limitó a inclinar la cabeza como respuesta. Antón se había empeñado en que hablasen con acento extranjero, seseando y rulando las erres, pues más valía empezar a practicar cuanto antes si iban a ir por los pueblos haciéndose pasar por rusos. Quizá porque su papel de cupletista no la obligaba a simular extranjería, la joven intentó «hablar en ruso», pero no logró ser convincente, así que decidieron que no abriese la boca durante la sesión.



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